miércoles, 19 de diciembre de 2007

Música para ascensores (y 2)


Así que el viernes acudí a la librería para recoger mi pedido, pero me dijeron que aún no había llegado. El sábado por la mañana pasaba casualmente por allí y osé preguntar de nuevo: más de lo mismo. El lunes preferí darles algo más de margen para asegurarme que a la tercera fuera la vencida y opté por no ir. Hasta que ayer martes me dije: "Hoy no me pueden fallar". ¡Pero sí que pudieron...! Regresé a mi casa jurándome que hasta vísperas de Reyes no volvería a intentarlo. Cuando llegué, abrí desinteresada y rutinariamente el buzón y ¡oh, sorpresa...! ¡Entre las cartas del banco y algunas felicitaciones de Navidad de diversas entidades públicas y privadas sobresalía un sobre remitido por el propio José Daniel Espejo con Música para ascensores dentro! (¡Muchas gracias, compadre, es usted todo un caballero!) ¡Por fin tenía entre mis manos su esperado y laureado libro!

* * * * *

Después de leerlo un par de veces de un tirón, he hecho, creo, una amplia selección personal de los poemas que integran Música para ascensores, algunos de los cuales, como dije en mi anterior entrada, ya han sido puntualmente reseñados en nuestra blogosfera. Reconozco que, desde la perspectiva que me otorga ser padre, siento una predilección especial por el intenso y largo poema 'Miguelito battles the pink robots'. Y es que, como ya he dicho en más de una ocasión, la humanidad podría dividirse entre quienes somos padres y los que no lo son. Entre unos y otros existen grandes diferencias, os lo aseguro.

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José Daniel Espejo nació en Orihuela (cuna y casa de grandísimos poetas y ciudad que por su proximidad geográfica, su huerta y sus costumbres considero más vinculada a Murcia que a Alicante) en 1975, es decir, el mismo año que ¿murió? Francisco Franco y en plena antesala de nuestra lenta –y yo afirmaría que aún inacabada– Transición. ¡Quién lo diría! Porque José Daniel no es uno de tantos jóvenes eternamente adolescentes, supuestamente modernos y carentes de memoria histórica que aún viven en casa de sus padres, que sólo piensan en consumir y en divertirse y que no se solidarizan con ninguna causa que no sea la suya propia. No. José Daniel Espejo es hoy todo un hombre concienciado de serlo, un responsable trabajador por cuenta ajena, un gran aficionado a la lectura y a la música, un poeta maduro, culto y reflexivo y un feliz y comprometido padre de familia que parece venir desde mucho más atrás en el tiempo. Y esa coherencia, esa perseverancia, quedan, claro, puntualmente reflejadas en su poesía, en su vida y en su forma de mirar el mundo.

En la solapa de Música para ascensores se nos da resumida cuenta de todo ello. Después de licenciarse en Filología Hispánica y antes de establecerse definitivamente en Murcia, residió en Sarajevo, Mánchester y Zagreb, “ejerciendo diversos oficios, desde lector becado de español hasta agente de una casa de apuestas”. Antes de ganar el XXI Premio Internacional de Poesía Antonio Oliver Belmás con Música para ascensores en 2006, el Sr. Espejo ya había publicado dos sendos libros de poemas: Los placeres de la meteorología (Nausicäa, Murcia, 2000), premio Poetas Colgados II, y Quemando a los idiotas en las plazas (Universidad de Murcia, 2001), accésit en la primera edición del Premio de Poesía Dionisia García. También ha colaborado como poeta, articulista y traductor en diversas revistas culturales y, además de deleitarnos con su verbo ágil y reivindicativo (no exento de un encomiable sentido del humor) en Trabajando con el vacío, ha publicado numerosas entrevistas con poetas contemporáneos en su otro blog, ¡Famosos en acción! Y, para que no nos quepan dudas sobre sus ideales y su sentido de la convivencia y la solidaridad, el texto de solapa nos revela al fin que nuestro insigne y consecuente poeta “milita en diversas organizaciones no gubernamentales y de izquierda, y tiene pareja y un hijo”.

¡Buen provecho!

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1


A la derecha, con setenta
y muchos kilos de peso, 1’86 de altura,
el Poeta Espejo, el eterno aspirante,
el Zorro de Fuego de Tenochtitlán. A la izquierda
(y por encima, y por debajo, y todo alrededor),
sin peso conocido y sin altura,
el vigente campeón, el Negro Rivas,
el Puño de Oro del Atlántico Norte,
el Vacío.




2


Tú tan feliz, aprendiz de poeta,
pequeño padawan rodeado de maestros,
quién te advirtió contra esto: estar solo,
en medio del desierto de nieve, perdido
en el centro de la taiga, y verte rodeado
de océanos de tiempo, los mares de la noche,
el vacío sideral. Y aún así
echar a caminar, es decir:
empezar un poema.




LAS LIGAS MENORES


En las Ligas Menores
nunca sabe uno a quién combate.
En las Ligas Menores
es un lugar común decir que a uno mismo.
No olvidemos que son
las Ligas Menores
que es muy fácil olvidarse y desertar
que es inevitable preguntarse
si no es acaso a uno mismo a quien combates
si es posible en absoluto derrotarse
llegar a algún lugar allá
más allá de las Ligas Menores
y no salir derrotado, ni rendirse.




MIGUELITO BATTLES THE PINK ROBOTS


Yo que tanto sabía, sobre el papel, de la Nada
no sabía que la Nada consistía en despertarse
un lunes a las dos con la cama empapada
y que aquello fuera sangre, y que la sangre viniera
del útero de Charo embarazada de tres meses
de mi pequeño, mi amado, mi precioso hijo Miguel.

La Nada prosiguió en una sala de urgencias,
una médico que dijo que no había nada que hacer
y nos mandó para casa, a esperar un milagro,
durante dos días. Qué sabía yo, de la Nada,
o la Nada de mí, y ahí nos vimos las caras,
nos sacudimos bien. Y los días pasaron,
pero no como días normales hechos de tiempo,
sino como libros eternos, de páginas iguales.
Te dije tantas, tantas veces las mismas frases
que me dio miedo que te hartaras de mí.
Te dije agárrate, quédate ahí con la mamma,
te dije ven, o salta de este lado,
o dame la mano hasta que se olviden de ti
éstos que vienen a buscarte, y sobre todo
te dije, Miguel, tienes que ver esto,
tienes que ver esto, muchachito, vas a ver.

Entonces yo, que tanto había leído de la Nada,
me preguntaba sorprendido: ¿qué tiene que ver?
¿qué es eso que estás viendo tan valioso
ahora, tras tus cursos de la Nada,
tu licenciatura en Nada, qué hay que merezca
ser visto, que no te puedes perder?
Ah, era ésa una pregunta difícil.
Yo ya sabía la respuesta, pero aún
no podía formularla, y miraba
las montañas del sur de la ciudad
repletas de pinos tostados, los árboles de las aceras,
lo poco que a mediodía en julio se ve
sin gafas de sol ni haber dormido,
más que nada miraba las chicas,
las nubes en fuga, el cielo azul
y repetía: Miguel,
tienes que ver esto, cómo puedes decirme
que vas a dejarlo todo, que te largas
a estudiar el lenguaje de las sombras
con todo lo que tengo que enseñarte,
con todo lo que aún no has visto por aquí,
pequeño Miguel.

Y llegó el jueves como llega
hasta en las pesadillas el final de la escalera
y te vimos moverte en una ecografía
con el corazón a ciento diez, y sonreímos,
y a mí volvieron las voces a preguntarme
qué era eso que había que ver
tan importante, si no creía en la Nada
y en el Existencialismo, yo, tan leído,
que qué pasaba con Beckett, entonces, que le dijera
a él lo que a Miguel un poco antes,
que volviera al redil. Y contesté:
qué coño. Y repetí: qué coño, señores,
de acuerdo que no hay Dios, pero qué importa
si tenemos esto otro: las montañas,
el camino hacia la playa (en ese punto
los dejé solos y hablé para Miguel),
y la brisa del mar y los pasteles de carne
y la voz de Keren Ann y a Miyazaki
y los libros de Žižek y los pechos de tu mamma,
cómo puedes pensar en perdértelo sin probar,
cómo puedes desertar sin hacerte tu lista
de placeres irrenunciables, contrastándolos todos,
sabiendo de qué hablas cuando hablas de amor.
Otra cosa no te doy, pero es suficiente,
y a cambio nada pido. O si acaso
que no te hagas concejal de Urbanismo
ni traficante de armas, que no le cuentes
a las madres de tus amigos
las palabras que te enseño en este poema,
lo mal que hablamos, tú y yo, cuando decimos la verdad,
los terribles insultos que lanzamos a los siervos de la Nada.




LA CITA VESPERTINA


Estoy caminando sobre las piedras
por la ribera del río Ara
con un palo en la mano. Mi idea
consiste en tirarlo al principio de un rápido,
mirar cómo baja. Un amigo
me señala el fósil de un pez;
sigo dando saltos y todo esto,
cuando por fin me quedo solo ante la cascada,
me hace ver a mi madre y verme a mí
de enano por la playa, como en aquella
vieja foto en blanco y negro,
ya con algo de amarillo. Sólo las historias
que perdemos nos pertenecen,
dicen por ahí. Y ni este río
que baja haciendo ruido junto al pueblo
ni esta piedra de colores en mis manos
existen esta tarde, en este momento,
para nosotros dos.




CHARO Y OTROS POEMAS


Eres un poema, cierto, pero no uno de ésos
que se pudren en las páginas de oscuras
antologías del siglo dieciocho
o fanzines de los años noventa: tú eres uno
que todo el mundo se sabe, cuyos versos repiten
en la radio y en la escuela, y la gente se dice
ante una chica bonita, o si se hacen unas risas,
o son felices, o, sobre todo, al llegar a casa
mientras fuera está cayendo la tormenta del milenio.




XX


Amor,
Te he cosido a la piel de mis manos
Con una Máquina que hacía tictac.




B LUEGO C


Entrar en el Poema, como en la última
lancha de salvamento, y mirar hacia atrás:
mujeres, niños, padres de familia
hundiéndose en lo oscuro, perdiendo el sentido,
con labios morados por la hipotermia, sujetos
a ridículos tablones, pidiendo auxilio.
Encender un cigarrillo.




C LUEGO D


Entrar en el Poema, como en una caverna submarina,
sin cartografiar: mirar a ambos lados, tener cuidado
de no levantar arena, cruzar el punto
de no retorno, respirando tranquilos: ya hemos conquistado
la palabra esperanza.




LA INUNDACIÓN DE LOS CORREDORES


Encuentra el poema, lo sigue,
se dice ahora sí, el Gran Poema,
la música que hace brotar la maravilla,
las palabras del amor, que bien merecen
arrastrarse, como un viejo en una barca,
tras una tonelada de emperador, o mejor,
como un espeleólogo caverna abajo,
la luz de su honor por toda linterna
que sabe (¿acaso no aparece el sonido
del agua en su Poema?) que fuera,
por encima de él, está lloviendo
y que el agua de que hace
sus frases le bloquea la salida.




SIXPACK


El mundo se hunde, pero todas
las semanas le añado un poema
o dos mientras pienso en El Bosco
y en Lawrence Ferlinghetti. Y floto,
y el barco está hecho de huesos,
y las palabras pesan.




15


Hagamos un trato, prométeme que a través del tiempo,
cuando yo mismo insista en alejarme de mí mismo,
en negarme, en ensuciarme, en reírme de lo que quise,
tú me recordarás así, contigo aquí bajo la luna del solsticio
de este año 2005, tumbados en la cama sin hacer nada
y aún así librando una batalla. Que vamos a ganar.
Y yo haré por ti lo que me pidas.




FOTOMONTAJE


Como si todas las personas
que amo estuviesen muertas
y sus nombres borrados. Como si sólo
quedara
yo
y palabras como amor o amigos ya no fueran
más que signos perdidos en idiomas que nadie
puede descifrar. De ese modo
me baña el sol, me limpia el sol
entre los árboles
esta mañana.




DIMISIÓN DE LA PRIMERA PERSONA


Me complace nadar boca arriba
mirar constelaciones desconocidas
y escucharme respirando, pero más
me complace olvidarme de mí
quitarme de mi vista
bucear dormido: cerrar los ojos.




44


Mark Tansey


Cuando hablas pienso en hojas secas o en cortezas de árbol,
como ante ciertos poemas un recodo en el que el viento junta
bolsas vacías de plástico y folletos de propaganda:
un sonido muy leve en una existencia flotante,
bellas constelaciones quebradizas.
Despertarme después en la calle, haber estado
contemplando una hojarasca que se agita
de camino hacia el alba, tú no estás,
las palabras son bolsas vacías de supermercado,
y yo estoy bailando con Jacques Derrida al borde de un acantilado,
un último tango en París antes de entrar a buscarte.




LOS GRANDES TIBURONES


Nosotros que quisimos entregarnos
a la Teoría de la Literatura, recorrer
el prodigioso siglo XX en las obras tenaces
de formalistas, marxistas, o deconstructivistas,
etcétera etcétera henos aquí
rodeados de tiburones. Mira, fíjate,
una metáfora, dice alguien. Pero qué va:
los tiburones son reales.




POÉTICA DEL TUBO


Primero tomaremos una carretera de Montaña
Y a esta Montaña la llamaremos de muchas maneras
Una por cada uno de sus nombres
Que son muchos. Tras un número variable
De curvas llegaremos al Pantano
Y a este Pantano no lo llamaremos de ninguna
Manera pues no tiene nombre
O éste es secreto. Bucearemos.
Llegaremos al Pueblo sumergido
Y a este Pueblo lo llamaremos Infancia
Y buscaremos Nuestra Casa. A esta Casa
La llamaremos Nuestra. Abriremos la puerta,
Nos adentraremos. En el pasillo
Veremos una Línea Roja pintada en el suelo
Que no recordaremos, y a esta
Línea Roja la llamaremos El Punto
De No Retorno. Avanzaremos.
Buscaremos nuestro cuarto y en él
Un Tubo vertical, a la altura de la cara.
A este Tubo por fin lo llamaremos Poesía.
Por Él se puede hablar, se puede respirar,
Pero tendremos en cuenta que es ésta
Una alegoría de las realistas, que la casa
Se encuentra a muchos metros de profundidad,
Y costará trabajar los pulmones,
Y después no olvidaremos los ejercicios
De la indispensable descompresión.

* * * * *

1 comentario:

Ivis dijo...

Hola, he descubierto tu blog y me ha encantado. Te seguiré de cerca, un saludo desde Mallorca.

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