martes, 1 de julio de 2008

Mi paso por la Feria del Libro de Madrid (y 4)


Llegando y despidiéndonos
llegando y despidiéndonos
llegando y despidiéndonos
desde que nacemos
estamos llegando y despidiéndonos.
–ALEXIS DÍAZ-PIMIENTA-


y IV

Y se hizo de noche. Las casetas comenzaron a cerrar. Y la Feria del Libro terminó de impregnarse de la callada soledad de los cementerios.

Emilio Torné nos propuso entonces a Alexis, a Xino y a mí irnos a cenar de tapas a la castiza y celebérrima Taberna de La Dolores. Por supuesto, accedimos y salimos a paso ligero del Retiro, dejando atrás los libros, nuestros libros, en el sereno reposo de sus panteones, bajo el cielo nublado, sobre la tierra húmeda...

Pero estábamos contentos... La vida, nuestra vida, continuaba. La vida era al mismo tiempo todo lo vieja y todo lo nueva que podíamos desear.

Durante el trayecto, en otra suerte de repentismo eufórico, Xino y Emilio no dejaron ni un momento de contar chistes –algunos, desternillantes– con sus respectivos acentos cubano y jerezano.

La Taberna de La Dolores, sita en la Plaza de Jesús, en el emblemático barrio de las letras de Madrid, es para mí desde esa noche la madre de todas las tabernas. ¡Qué tapas! ¡Qué cerveza! ¡Y encima pagó Emilio!

Una vez saciada nuestra gula, Xino nos dijo: “¡Ahora vamos al bar de unos amigos míos!”. Y nos llevó en un santiamén a un no menos ilustre y popular local de la calle Huertas llamado La Colonial, una coctelería cubana que hace también las veces de restaurante.

Todo lo que sucedió en La Colonial es secreto de confesión. Sólo diré que cerramos el local y que hacía mucho, mucho tiempo que no saboreaba unos mojitos tan genuinos.

Pero Alexis y yo habíamos acordado levantarnos a una hora prudente, rehacer el equipaje y acercarnos de nuevo a media mañana, ya como meros visitantes, a la Feria del Libro. Si queríamos descansar, no nos quedaba mucho margen...

Pedimos un taxi. Xino nos acompañó hasta el hotel. Llovía. Fue entonces cuando me percaté de que había perdido mi paraguas. “¡Hasta siempre, hermano! ¡Cuídate!”.

Una vez en la habitación, le confié a Alexis, como ahora a vosotros, un sueño que había tenido la noche anterior; un breve sueño en el que mi madre, sujetándome el rostro con ambas manos, me decía: “Todo es tuyo porque tú lo haces tuyo”. (¡Cuántos años sin verte, Dolores, ni aun en sueños! ¡Pero qué presente y qué viva te sentí!).

Eran las cuatro de la madrugada. Programé la alarma del móvil para que me despertara a las nueve y, en un cerrar de ojos, nos pusimos a roncar, mecidos por el ronroneo del mar de ron en el que se habían sumido nuestras almas.



A la mañana siguiente, la Feria del Libro parecía otra. Madrid entero estaba allí. Las casetas, los libros, el Retiro..., todo, incluso el sol, parecía haber resucitado de otra época, renacido en un nuevo día sin edad. Almudena Grandes, Rosa Montero, Fernando Sánchez Dragó, Julio Llamazares..., firmaban ejemplares a diestro y siniestro en sus casetas; grandes olas de gentes iban y venían, fluyendo espontáneamente en una suerte de marea natural.

¿Cómo habrían transcurrido los acontecimientos de habérnosla encontrado así el día anterior?

Teníamos poco tiempo. En pocas horas, Alexis tenía que tomar un avión para iniciar una gira como repentista por el archipiélago canario; y yo, el talgo de regreso a Murcia.

Alexis se movía con soltura por entre la multitud. Compró bastantes más libros que yo y fue reconocido en más de una ocasión por dependientes y libreros.

Pero la hora de partir no se hizo esperar. Habíamos quedado en una de las salidas del Retiro con Juan Pablo Muñoz Zielinski para comer. Le pedimos a una buena mujer que nos orientara, pero nos envió hacia otra zona y nos perdimos. Qué gran invento, el móvil. “¡Me he vuelto a perder!”. “¡Sebas, eres la hostia!”. Exactamente igual que cuando llegué, Juan Pablo me fue indicando por teléfono la ruta que debíamos seguir –conoce Madrid al milímetro, lo lleva impreso en su retina– mientras él salía con su furgoneta a nuestro encuentro.

Con Juan Pablo nos esperaba su entrañable y sosegada amiga Oti, violinista, profesora y compañera de viajes musicales. Esa mañana habían estado ensayando juntos.

Comimos en la terraza de un restaurante muy próximo a la estación de Atocha, junto a una curva, sobre la acera. Era una calle estrecha. Los autobuses pasaban a escasos centímetros de donde estábamos sentados. El cielo amenazaba encapotándose. La aventura culminaba. Pero estábamos contentos...

Terminamos de comer con el tiempo justo. Comenzó a llover y Alexis tomó un taxi a Barajas. "¡Te mando un SMS en cuanto llegue!". Temerosos de que, con toda probabilidad, me perdiera de nuevo, Juan Pablo y Oti me acompañaron hasta la entrada al andén desde el que debía tomar el talgo de regreso.

Cuando subí al tren, sentí que la misma lluvia que me recibió me despedía. Me acomodé en mi asiento con la sensación de que mi primera experiencia en la Feria del Libro de Madrid había sido más musical que literaria; me sentía como cuando regreso de un bolo en el que todo ha salido bien, baldado pero feliz, como si me hubieran dado un masaje en el alma, con la inusitada novedad de que ahora no tenía que conducir.

Realicé todo el viaje semidormido, pensando, sobre todo, en los encuentros y reencuentros que me había proporcionado esta aventura...

Conocí personalmente a Esther y a Troglo, fui salvado una vez más por Juan Pablo en el laberíntico Madrid, pude ver de nuevo a Alexis y hablar y convivir con él como con un amigo antiguo...

Y en no pocas ocasiones me encontré, también, conmigo mismo...



4 comentarios:

Esther dijo...

Es bonito, muy bonito, me ha gustado. El relato. Tienes alma de poeta, de escritor. Tu madre Dolores dice muy buenas frases, y quisiera tomarlas también para mi, para mi vida.

Me das envidia, te veo vivir intensamente y me das envidia.

Un abrazo.

Sebastián Mondéjar dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Sebastián Mondéjar dijo...

Gracias, Esther. Tenía que contar ese sueño. Fue muy real. ¡Y encierra tántas lecturas!

Yo creo que no se trata tanto de vivir intensamente como de poner intensidad en lo que se vive. Te he visto sólo una vez, pero pongo la mano en el fuego a que en ese sentido no tienes nada que envidiarme.

Otro abrazo y hasta pronto.

Sebastián Mondéjar dijo...

La primera vez te decía lo mismo, pero suprimí el comentario porque cometí una errata garrafal.

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