lunes, 19 de febrero de 2007

Coplas de arena




Nada soy para el mundo.
Todo en mí empieza y termina.
Soy un granito de arena
y soy la playa infinita.


-JUAN PEÑA-



Coplas de arena, mi tercer y -hasta el momento- último libro publicado, es un pequeño volumen que salió a la luz en junio de 2002 en la colección Ciclos, dirigida por el poeta y traductor Carlos Vitale para Emboscall Editorial (Vic, Barcelona), aunque este título es, en realidad, el título genérico de una colección de coplas más extensa (aún inédita) de la que extraje un muestrario de cuarenta de ellas para la composición de ese librito, confeccionado artesanalmente y por el que siento un afecto especial.

Por su sencillez, brevedad, ligereza y ausencia de retórica, la copla es para mí el equivalente del haiku, ese poemita leve de la lírica japonesa que cabe holgadamente en una hoja de cerezo.

Decía aquel coloso de nuestra literatura que fue Rafael Cansinos Assens (Sevilla, 19882-Madrid, 1964) que la copla "se identifica de tal modo con el poema ingenuo y breve que no cabe distinguirlos como no sea apelando al popular contraste, pues en su origen y esencia son la misma cosa. Toda poesía sencilla y apasionada tiende a la copla, al versículo. ¿Qué es el Cantar de los cantares sino un centón de coplas admirables, cada una de las cuales tiene su sentido perfecto y habla y se responde a sí misma sin necesidad de la siguiente? De ahí la aparente incoherencia del libro, su aire enigmático y cifrado, con ese algo de sobreentendido que siempre tiene la copla y esa traza de decir ocioso". Y también decía que "el triunfo supremo del poeta hecho coplero es que sus canciones corran anónimas en labios de la multitud".


Yo no aspiro a tanto. Escribo coplas desde hace muchos, muchos años. No las busco. Acuden a mi mente en los momentos más insospechados y casi siempre íntegramente y de sopetón, como si ya hubiesen sido escritas, como dictadas por alguien que habita en mi interior. Aquí os dejo unas cuantas, algunas aún inéditas, sencillamente para compartir en el silencio un poco más de lo mío con vosotros.



Yo busco la soledad
porque es lo único en el mundo
que me dice la verdad.



El camino que tomé
es el que sigo;
pero a veces me dan ganas
de no ir conmigo.


Cuando me fumo un cigarro

siento que la vida es humo,
fuego que se está apagando.




A veces rompo a cantar

para acallar pensamientos
que no me dejan en paz.



Las coplas son los balcones
por los que el pueblo se asoma
para cantar sus canciones.


Hoy yo te canto una copla,
mañana me la cantas tú;
así de simple es la cosa.


Pero si ya no me acuerdo,
no me acuerdo de la copla
que cantaba hace un momento.



Todas las coplas que tienen
un tono muy personal,
al llegar a su destino
cogen y echan a volar.



La copla que se improvisa
se debe cantar con tiento;
si se provoca con prisa
se desperdicia el momento.



De madrugada,
frío en el cuerpo,
fuego en el alma.



Cuerpo en el alma,
frío en el fuego
de madrugada.



Soy obrero de la vida.

Trabajo en todo momento.
Y cuando se me interrumpe
me resulta muy violento.



Nunca he sabido venderme.
Trabaje en lo que trabaje,
no sé qué precio ponerme.



A mí no me compra nadie.
Sólo me vendo a mí mismo,
aunque alguna vez me estafe.


Somos todos marionetas,
porque a todos se nos sienten
los hilos que nos sujetan,
aunque sean transparentes.


Por no parecer ingrato
abrí mi puerta al deseo
y ahora no sé cómo echarlo.


Yo a ti te quiero querer,
pero como tú me quieres
no sé si voy a poder.


Dices que me quieres,
pero no es verdad;
queriéndote menos,
yo te quiero más.


¿Cómo puede ser
la misma naranja
una mitad dulce
y la otra amarga?


Ya mil veces te arranqué,
pero tú sigues brotando
donde nunca te sembré.


La palmera y el ciprés
llevan juntos veinte años
sin preguntarse por qué.


Dos cactus guardan la reja
de tu ventana cerrada;
uno es tu orgullo, y el otro
el miedo que yo te daba.


La sombra de la persiana
dibujándose en tu rostro
es la cárcel de tu alma.


Yo tengo una cicatriz
remendadita por ti.


Como si nada
te sueltas tu pelo negro
y me das la espalda.



Amor, cierra los ojos.
Somos oscuridad.
Sólo en ella nos vemos.
La luz es soledad.



Me dan pena las estatuas,
solas en su pedestal,
marginadas por su hazaña.



Agua sucia del río
regando la placeta
de nuestro sinsentido.


Por las ramblas del viento
silba rauda la arena

camino del desierto.


Nota: la fotografía de esta entrada, titulada "Sandwellen" y conseguida
en Wikipedia, es obra de Manfred Morgner.

2 comentarios:

Sintagma in Blue dijo...

Sí, la copla popular logra a veces unos hallazgos increibles.

besos

Osselin dijo...

Tengo un amigo en Mursia
que no se pué aguantá
toca congas
escribe estrofas
Y se llama Sebastián.

Con todo mi cariño.

Antonio Gómez Ribelles: 'Las lagartijas guardan los teatros' (La Estética del Fracaso, Cartagena, 2021)

  La arqueología de la memoria Aquel largo pasillo desemboca  en una habitación igual a tantas  que no existen [Manuel Padorno] También hici...