domingo, 1 de noviembre de 2020

Tomás Salvador González: 'De aleda a aldea' (Universidad de León, 2020). [Selección, edición y prólogo de Luis Marigómez].



La voz del escondido 


El verano que se fue, sin duda el más extraño y desconcertante de nuestras vidas, ha sido sin embargo pródigo en regalos a mi persona. Dos de ellos son para mí especialmente valiosos y entrañables, pues conciernen al poeta Tomás Salvador González (Zamora, 1952-Móstoles, 2019), a quien no dejo de recomendar desde que lo leí por primera vez y por quien siento cada día mayor admiración. Sobre él escribí largo y tendido hace unos meses con motivo de la publicación, poco después de su fallecimiento, de su libro Restos de infancia (Freire:edición, Madrid, 2019), un libro híbrido –y el primero propiamente dicho– que Tomás Salvador no llegó a ver publicado, aunque lo estructuró, supervisó y colaboró en su edición de principio a fin, e incluso llegó a tener las primeras galeradas en sus manos. 

Mientras escribía aquella reseña me llegó la noticia de la inminente publicación de un nuevo libro de Tomás, del que ya entonces me hice eco: De aleda a aldea (Universidad de León, 2020). A finales de agosto, tras treinta y cuatro días de incierto y complicado periplo desde que partiese de León y cuando ya lo dábamos por perdido, lo recibí por correo postal gracias a la mediación de un amigo. Una completa maravilla, tanto por la cantidad, calidad y cualidad de su contenido como por la cuidadísima edición a cargo de Luis Marigómez, amigo del poeta, antólogo y artífice del proyecto. Tan redondo ha sido el resultado como cargado estaba de razones y motivación. Imagino lo orgulloso que se sentiría Tomás al ver reunida esta amplia muestra de su poesía visual en un libro tan magníficamente auspiciado y editado; muestra que se vio reforzada en septiembre con una gran exposición, también comisariada por Luis Marigómez, en la sala de exposiciones de la Biblioteca Pública de Zamora, que este mes de noviembre se trasladará a las salas de El Albéitar, en León. 


Aleda es el nombre de la cera con la que las abejas untan por dentro sus colmenas. Tomás Salvador González tituló así uno de sus primeros libros, publicado artesanalmente en 1988 por Ediciones Portuguesas; Aleda es una hermosa suite en doce movimientos que más tarde conformó la primera sección de La sumisión de los árboles (Ave del Paraíso, 1996). Aldea, por su parte, es una de las palabras más usadas por Tomás a lo largo de toda su obra y también el título del penúltimo cuerpo de poemas –y el más extenso– de Siempre es de noche en los bolsillos (Papelesmínimos, 2014). Hoy podemos encontrarlos en su Poesía Reunida, Una lengua que él hablaba (Dilema, 2018). 

Tomás Salvador González vivió de niño en una aldea, “y en ese viaje –nos dice Luis Marigómez–, de la cera de las abejas a la primera niñez, quizá puedan agruparse buena parte de los intereses, de los logros de su obra, sin distinciones entre la parte plástica y la discursiva. De ahí el título de esta selección, De aleda a aldea”. 



Marigómez, autor también de las fotografías de los collages que lo ilustran (maquetadas y digitalizadas posteriormente por Juan Luis Hernansanz Rubio) ha articulado el libro en diecisiete apartados cuyos títulos componen por sí solos una suerte de poema que sintetiza el universo de Tomás: ¿Poética?, Espantapájaros, Luz, Titulares, Palabras y colores, Cajas, Franjas, Cartas, Rostros, Celosías, Azul, Sin palabras, Ajedrez, Parejas, Texturas, Servilletas y Aldea; diecisiete capítulos que, según Luis Marigómez, “podrían ser más, dentro de lo que he podido analizar, y con seguridad aún queda un número significativo de poemas por descubrir. Las pretensiones aquí se limitan a ser una primera mirada a una obra que hasta ahora es en buena parte inédita y, a mi entender, de enorme importancia poética y plástica”. 



Los vehículos y herramientas de la poesía no sólo se circunscriben al mundo de las palabras. Tomás Salvador González no se servía caprichosamente ni al tuntún de los distintos métodos vanguardistas, sino que los utilizaba como una vía más para expresar su manera de ver y entender el mundo. En palabras de Luis Marigómez, “no intentó inventar nada, a la manera de las vanguardias, tan vivas en el periodo de entreguerras; pero, lejos de considerar sus descubrimientos un sarampión pasajero, como hacen muchos, utilizó esos recursos para expresarse, como un paso más allá del inicial de ruptura con lo establecido”. Todo ello queda patente en esta espléndida publicación, firme reivindicación de un poeta absolutamente imprescindible para todo amante de la poesía verdadera. Enhorabuena a Luis Marigómez y a cuantos la han apoyado y propiciado, muy especialmente a los directores de la colección Caligramas de la Universidad de León, Roberto Castrillo y José Luis Puerto, por afrontar la responsabilidad de publicar un libro de tamaño calibre –con el nivel editorial que ello exige– y materializarlo tan impecablemente. Ojalá que iniciativas como esta se sucedieran y multiplicaran por toda nuestra geografía, con el correspondiente y oportuno trasvase entre los diferentes territorios... 



* * * 

El segundo regalo, también para mí de un valor poético y emocional incalculable, partió de las mismas manos amigas y me llegó igualmente por correo postal (aunque en un plazo mucho más razonable): un CD con la voz de Tomás Salvador González registrada los días 26 y 27 de junio de 2011 por Pedro Ángel Almeida, músico, escritor y amigo del poeta, y que lleva por título Todo ansía prender (primer poema de la grabación). Tomás leyó una selección de poemas de su libro Siempre es de noche en los bolsillos a falta aún de tres años para su publicación. Posteriormente, Almeida, con el beneplácito de Tomás, intercaló entre los poemas una excelente selección de fragmentos musicales del grupo Tin Hat, concretamente de su disco The Rain Is A Handsome Animal, “inspirado en la poesía de E. E. Cummings, que Tomás conocía perfectamente". 


He escuchado varias veces el CD y es una gozada; poder oír sus poemas naciendo de su boca, sentir su voz tan presente y tan cercana –¡y en mi propia casa!– es impagable. Al contrario de lo que sucede con casi todos los poetas, Tomás recitaba sin ningún tipo de adorno o afectación, con voz grave, serena, cálida, confidencial, polifónica y crepitante, entremezclada con el flujo de su respiración. A veces llega a apreciarse, muy levemente, el roce de sus dedos al pasar las páginas. 

 * * * 

Pero esto no es todo. A tan decidido y merecido impulso a la obra de Tomás Salvador González se ha sumado otro sumamente trascendental: el pasado día 24 de octubre se presentó en la 65 Edición de la Seminci de Valladolid El tiempo robado, un largo documental sobre la figura de Tomás rodado este verano y dirigido por Juan Carlos Rivas que nos adentra en un mosaico de imágenes y testimonios en el que su familia, sus amigos de toda la vida (muchos de ellos compañeros de generación) e incluso algunos de sus colegas y alumnos del instituto en que impartió clases, evocan al poeta, al amigo, al profesor, al hermano, al padre, al compañero de viaje que fue Tomás, compartiendo anécdotas y recuerdos y dando fe de su talla humana y su trayectoria vital. Se palpa que para todos ellos Tomás fue y sigue siendo un referente y, pese a su vida discreta y retirada, un gran conciliador y catalizador de energías y sinergias allá donde se encontrase. En suma: un creador. Se crea con lo que se tiene. Y con lo que uno se procura. Nada es poco. Todo es mucho. "El más pequeño palitroque / puede volverse cepa en la memoria".


Aquí podéis ver uno de los tráileres promocionales de la película. Y aquí oír las palabras que le dedicó Juan Carlos Rivas minutos antes de su presentación. 

Creo oportuno, finalmente, traer el poema que dio lugar al título del documental (el penúltimo de los ocho que componen la sección ‘Las casas', de La sumisión de los árboles): 

El tiempo libre 
para comprender que no hay tiempo libre 
sino el robado. 
La casa propia 
para dejar la llave en la cerradura: 
no hay penumbra acogedora, 
no hay silencio 
ni espacio 
sin el murmullo de los otros. 

* * * 

Sin duda, 2020 está siendo, pese a la inquietante situación actual, el año de Tomás Salvador González. “¿Quién de vosotros vela la voz del escondido?”, nos preguntaba, nos sigue preguntando el poeta desde el último verso del primer poema de Aleda. Hoy más que nunca esa pregunta se carga de significado y hoy más que nunca conocemos su respuesta. Tan importante impulso a su obra y su figura, todos estos tributos y trabajos gustosos de quienes lo conocieron y acompañaron, bien merecen viajar y cruzar fronteras. Los futuros lectores de Tomás lo agradecerán infinitamente.





Antonio Gómez Ribelles: 'Las lagartijas guardan los teatros' (La Estética del Fracaso, Cartagena, 2021)

  La arqueología de la memoria Aquel largo pasillo desemboca  en una habitación igual a tantas  que no existen [Manuel Padorno] También hici...