martes, 29 de abril de 2008

Félix Amador Gálvez, mago de las palabras


“Respiré hondo y me recosté en el sillón, preguntándome con placer qué había
mejor en la vida que unas palabras bien colocadas unas detrás de las otras.”

León Matosas, protagonista de Las palabras mágicas


La verdad es que tenía ya ganas de hablaros de Félix Amador Gálvez, pero nunca sospeché que lo haría por primera vez en este blog. Félix y yo nos encontramos hace unos cuantos meses navegando por los vastos caminos aéreos de la blogosfera, aunque aún no nos conocemos personalmente. En realidad fue él quien me encontró a mí, sin duda guiado por los vientos de su instinto, su pródigo afán de búsqueda, su pasión y su curiosidad ilimitada por todo lo que acontece en los derroteros del jazz. Un buen día topó con mi blog Sopa de hielo y me dejó un escueto comentario en mi entrada Prisca Dávila, frescura criolla. Supe así que capitaneaba un interesante y ameno blog con un sonoro y sugestivo título: Jazz, ese ruido. A raíz de aquel encuentro comencé a conocerlo a través de sus precisos y sensatos escritos sobre jazz, cuajados siempre de entusiasmo y generosidad, y desde entonces hemos venido manteniendo puntualmente una comunicación franca y fluida que ha ido poco a poco creciendo y cimentándose con naturalidad y confianza. Enseguida supe que realizaba también una íntima e intensa actividad como escritor, reconocida con no pocos galardones literarios y palpable en su exitoso blog Diario de un feo recién divorciado, lo que dio pie a que iniciáramos igualmente un estimulante intercambio de nuestras respectivas producciones literarias.

De este modo ha llegado hasta mis manos la excelente obra que hoy quiero encarecidamente recomendar aquí; una novela que no debería faltar en las estanterías de todos aquellos lectores que se precien de serlo o que, lisa y llanamente, necesiten vivir, viajar y disfrutar a través de las palabras. Desde las propias páginas de Las palabras mágicas (Lulú.com, 2007) se nos insiste en esta idea. En el capítulo titulado “El gran torbellino del mundo”, por ejemplo, Félix Amador Gálvez nos desgrana de forma impecable su propia concepción sobre el oficio de leer por boca del protagonista, el escritor y librero León Matosas, hallándose éste en el difícil trance de someterse a una rueda de prensa como autor inesperadamente encumbrado a las turbias cimas de la fama: “Una historia es diferente según quien la lee. Cada lector vive la historia y la siente, cada uno a su manera, según sus recuerdos y su capacidad para imaginar, según su estado de ánimo y su hambre de palabras, según su edad y su experiencia lectora, porque nada ni nadie debería interferirse entre la palabra y el corazón, y menos aún un crítico, y cuando digo crítico no me refiero a una autoridad en Cervantes o a un estudioso de Calderón... [...]. El lector debe nacer cada vez que abre un libro. Mire. Podemos dividir a la gente en dos grupos: los que disfrutan los libros y los que hacen de ellos objeto de estudio... [...]. Para unos, la literatura es una forma de vida interior, un pasadizo a otras vidas; para otros es un modo de ganarse el pan, respetable como todos los oficios, pero abominable desde el punto de vista ético, porque desvirtúa el fin para el que fue creado el libro, que no es otro que la sorpresa, el gozo, el sentimiento, nunca el crudo análisis. [...]. Tan sólo digo que no debemos vivir de los libros, sino leer como si viviéramos y vivir la vida como una aventura, vivir como si estuviéramos leyendo, entrar en los libros buscando en ellos lo que fuera no existe y salir a la calle buscando las metáforas que explican la vida.”

Eso, esencialmente, es Las palabras mágicas: una sensacional y apasionante aventura literaria, una novela impecablemente escrita y una fábula repleta no sólo de metáforas, sino también de numerosas referencias literarias y cinematográficas que dicen mucho acerca y en beneficio de su autor, un escritor a todas luces virtuoso y verdadero, un mago de las palabras. No en vano, al final del libro, en el apartado de “Notas y agradecimientos”, Félix nos confiesa “haber dedicado más tiempo de mi vida a leer que a cualquier otra actividad” y haber querido hacer “una novela como una canción, que hablara de amor y tuviera una letra pegadiza, una novela cuya banda sonora se pudiese oír en la soledad del ejercicio lector...”.

La sinopsis de esta novela, cuya acción transcurre en Madrid y en Huelva, aparece escuetamente resumida en su contraportada: "Una actriz española aupada al estrellato de Hollywood, un libro y un joven escritor con un don mágico: todo lo que escribe se hace realidad".

Félix Amador Gálvez nació en Moguer en 1965 y se define a sí mismo como “pintor, lector compulsivo y escritor por contagio”. Las palabras mágicas es su ópera prima de larga duración, aunque también ha dado a la luz numerosos cuentos y narraciones breves de índole muy diversa, e incluso algún que otro poema que salvó in extremis de la papelera. Recientemente ha publicado, también en Lulú.com, Diario de un feo recién divorciado, esto es, la transcripción de las entradas editadas en 2007 en su blog bajo el mismo nombre; un blog que sigue creciendo día tras día y que ha sido ya visitado por miles de personas de todos los continentes.

Evidentemente, yo no soy en absoluto un crítico, ni pretendo serlo. Tanto en asuntos literarios como musicales procuro siempre hablar tan sólo de lo que me gusta o de aquello que verdaderamente me alimenta. Y hacía tiempo que no leía de un tirón una historia tan cabal como Las palabras mágicas, en donde se dan cita la novela clásica y la novela negra, la novela de enredo y la novela de aventuras, el suspense y la magia, el humor y el romanticismo, hasta desembocar en un final vertiginoso y tremendamente inverosímil que ya quisieran para sí las películas de James Bond, pongo por caso. Sin olvidar que, en el fondo, y de nuevo cito textualmente una de las frases que figuran en la contraportada, se trata de “una ácida visión de la literatura en la era de los medios de comunicación, donde sobrevive la poesía por encima del dinero”.

Esperemos que un buen día un editor sensible y lúcido descubra que en Moguer, Huelva, cuna de uno de los más grandes poetas de la literatura universal, vive un escritor de raza que ama y respeta las palabras y sabe extraer de ellas, sin trucos ni alharacas, toda la magia y la frescura que comportan.



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Anexo: otras citas dispersas de Las palabras mágicas


“Quería escribir mi historia de amor, por entonces inexistente, y quería hacerlo con la pasión de los clásicos y el descaro de los héroes.”

“Los fantásticos hechos que aquí se van a relatar trascienden esa frontera que separa el sueño y la consciencia, esa delgada línea donde se modelan las ilusiones, convirtiéndome a mí, su involuntario protagonista, en una bestia absurda, en un monstruo hijo de la imaginación de algún loco escritor gótico.”

“La Plaza de la Lealtad, con su habitual y apresurada tranquilidad y ese mudo cosmopolitismo de quien ha visto pasar los siglos sin inmutarse, arremolinaba serenamente los aires procedentes del Paseo del Prado.”

“Los editores tienen poder, es evidente, porque ellos levantan el pulgar que decide quién publica y quién no. Sólo ellos saben los libros que nos estamos perdiendo, pero el poder, el poder real, es un regalo que Dios puso en nuestra mente, es la facultad de vivir como propias las historias ajenas.”

“Comencé a escribir sin pensar ni aparentar, de la única manera que sé, esto es, narrando.”

“Tomé una hoja y me rasqué la frente. Era una especie de contraseña para empezar a escribir, como pulsar el interruptor de mi musa personal. Las ideas comenzaron a surgir.”

“La belleza sí existe, la poesía sí se materializa, los sueños se cumplen.”

“Tomé la taza de chocolate con ambas manos, dejando que el calor recorriese mi cuerpo como una medicina antigua.”

“Como bocadillos y apenas salgo de casa más que para comprar el pan de vez en cuando, soy un pobre anacoreta que se alimenta de libros, un aventurero imaginario al que todas las vicisitudes de los últimos días o semanas están sobrepasando.”


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6 comentarios:

Pedro López Martínez dijo...

Como siempre, muy interesante esta nueva edición de tus rarezas exquisitas. He mirado referencias en internet y, la verdad, dan ganas de irse corriendo a la librería y preguntar por "Las palabras mágicas". Quizás no comparto completamente algunas apreciaciones sobre los modos de leer, yo creo que la lectura tiene niveles y que quizás el más básico es el de la pura diversión, pero también pienso que esa diversión no se anula en otros niveles, sino que se abastece de nuevos elementos igualmente dignos; yo, por ejemplo, disfruto más analizando o escribiendo críticamente sobre un libro que tumbado a la bartola sobre la arena y pasando páginas divertidas, sí, pero acaso prescindibles. En fin, este tema da para mucho. Salud y Talento!

Sebastián Mondéjar dijo...

Me alegra mucho, Pedro, tu visita. Pensé a menudo en ti mientras leía "Las palabras mágicas". En efecto, el tema da para mucho. Comparto lo que dices. Pero, en el fondo, poco importa el lugar (el sofá, la cama, la esterilla) cuando un libro, un simple libro, una cosa tan humilde como un libro, nos atrapa. Por las razones que sean. Cada lector lee desde su propia esencia, y Félix ha querido (esencialmente) transmitir la pasión por la lectura. Él mismo considera que el libro está escrito por un lector, y no por un escritor profesional, y que quiso escribir lo que le hubiera gustado leer antes. Félix no es sólo un gran lector; con frecuencia recurre a técnicas narrativas más propias del cine e incluso a veces más cercanas a la música y la poesía. La acción de "Las palabras mágicas" transcurre en un mundo (que tú y yo también y tan bien conocemos) que no es ya otra cosa que un gran supermercado. A todos los niveles. Pero ahí están, redentoras, las palabras. Y su magia. Y el amor por ellas. Como el que rotunda y humildemente atestigua Félix. ¿Será una herencia invisible o le vendrá de apellido?

¡Salud, compañero!

Esther dijo...

Estimado Sebastián, me ha encantado como siempre tu post. Qué bien sabes utilizar las palabras, eres un mago! Lo he leído de un tirón. Estoy deseando leer el libro de Félix. Supongo que hay que comprarlo a través de su web Lulú.

Un abrazo siempre.

Sebastián Mondéjar dijo...

Hola, Esther. Viniendo como vienen de una maga de la imagen, tus palabras son impagables. El libro de Félix también está lleno de imágenes y se lee de un tirón. Sigue lloviendo en Murcia. Jason Moran va a tener que ponerse un sombrero mexicano.

Un abrazo.

carmen dijo...

Muy apetecibles estas Palabras Mágicas.
Cuando "habito" un libro me pongo el traje que la ocasión require. Si se trata, por ejemplo, de "Los Tres Mosqueteros" lo mejor es desenvainar la espada y sumergirse en la Francia de Richelieu para vivir la aventura sin preocuparse de los negros que "colaboraron" con Dumas o la técnica narrativa empleada;¿Cómo no temblar ante el temible Cardenal?,¿cómo no sentir como nuestra la congoja de D´artagnan por la muerte de Constanza?, ¿cómo no estremecerse ante el terrible castigo de Milady?, la lectura aquí es pura diversión, leer sin medida, hurtándole horas a las obligaciones, leer por vivir leyendo.
Si se trata de una novela de Agatha Chistie me preparo una humeante taza de té y me abrigo con un pullover de buena lana inglesa y a pasar por alto las pequeñas trampas que la muy sádica dama británica desliza sin pudor y que probablemente no resistiría el análisis de un profesional del ramo.
Pero si se trata de un libro de Javier Marías cambio el atuendo, un birrete académico le va bien al autor de "Todas las almas", sé que no leeré mas de 30 páginas por hora porque es de ley que acepte el trato y entre en un nivel superior de análisis y prospección.
Leer es un vicio, una pasión irrenunciable, una forma de vivir. Me niego a ser un gourmet de la literatura, quiero disfrutar del tosco y nutritivo plato de cuchara y también del sofisticado y sólo apto para paladares exquisitos.

Sebastián Mondéjar dijo...

"Leer por vivir leyendo". Esa frase, Carmen, tan intensa, tan certera, es todo un poema que sólo una poeta auténtica como tú podía alumbrar. Según nuestro paisano Ibn Arabí, "el universo es un inmenso libro", y yo, sinceramente, creo, como tú, que hay muchas formas de leerlo. Incluso los lectores más humildes pueden ejercitarse en sus virtudes, atemperar su espíritu y conseguir que su ser transmute y evolucione. Ésa es la verdadera magia que encierran las palabras.

Gracias por dejarte ver una vez más en mi camino.

Un beso.

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