Hoy he dado con este poema que, en su día, se quedó fuera de El jardín errante. No sé si hice bien o mal entonces, ni si lo hago ahora. "Pero qué importa eso". Al menos ya ha alcanzado el rango de poema inédito. Como lo escribí en La Torre de la Horadada, os lo dedico a vosotros Blanca, Carmen, José Manuel, torreños de corazón...
* * *
EN SUMA
He llegado hasta aquí.
Mi vida ha sido un viaje silencioso,
no más extraño ni arriesgado
ni más emocionante que cualquier otro.
Yo nací en un jardín. Vi caer muchos frutos
y crecer muchos árboles.
Pero mi ley fue la del mar. Lo supe siempre.
Sobre aquel techo de hojas aprendí a navegar;
aprendí a naufragar. Pero qué importa eso.
He llegado hasta aquí.
Quebré tallos y ramas
encaramándome y cayendo.
Mentí, dudé y fallé; así hallé mi verdad.
Confié en mi deriva
y en la franqueza de mi sueño.
Y a veces fui vehemente con mis inclinaciones...
Pero qué importa eso.
He llegado hasta aquí.
Torre de la Horadada,29 de julio de 1993.
9 comentarios:
Ese verano del 93, mi hijo Javier tenía dos años y yo era feliz. Tenía un hijo, había plantado árboles y, más tarde, escrbiría un libro. Yo era feliz y me creía intocable. Pero qué importa ahora
eso.
Grcias por el poema
Ese verano del 93 yo acababa de regresar de mi periplo erasmista por Turín, y seguramente estaría pendiente de unas oposiciones que aún no eran para mí. No recuerdo si era feliz, pero sí que no tenía razones para serlo más que ahora, que hoy.
Creo, Carmen, que importa mucho haber sido feliz, y que importa saber reconocerlo ahora, pues la felicidad reside, en buena medida, en la capacidad para identificarla allá donde la hayamos. Lo contrario es ingratitud. Yo la sigo buscando para poderme decir que la tuve, que también yo fui feliz por momentos.
Yo no soy torreño de veraneo por la sencilla razón de que mis padres nunca pudieron permitirse ese lujo; pero mi tía vivía en El Pilar de la Horadada, y calculo que fue alrededor de los doce o trece años cuando por primera vez vi el mar y me bañé en él: fue en la Torre, así que tengo alguna parte en ese poema.
Sebastián, el poema merece estar en cualquier libro, pero en cualquiera de los tuyos queda que ni pintado.
Ese verano del 93 fue el más desdichado de mi vida. Noventa y tres, mi "annus horribilis". Hay una novela de ¿ Victor Hugo? ( ahora no sé si es de Hugo o de Dumas padre) que se titula así, "El noventa y tres". Al parecer, 1893 fue un año de aúpa en el país vecino.
Gracias, Sebastián, por tu poema del jardín marinero. Me gusta más ahora que en el 93: hemos llegado hasta aquí. Contra todo pronóstico, me digo.
Nota a Carmen: Carmen, creo que estás triste: no estés triste.
Tienes razón, Pedro, he sido ingrata conmigo misma, con esos destellos de plenitud que, como bien sabes, son mi patria, mi nación.
Blanca, al hilo de lo que Pedro dice he ido a mi alacena secreta buscando el antídoto justo a mi tristeza y me he encontrado con la casa de mi infancia que también era "una yegua antigua y buena"
Aprovechando que es San Juan, voy a subir al terrao de mi casa para quemar las penas porque, que listo eres Sebas, hay que celebrar haber llegado hasta aqui.
Sí, Sebastián, hasta aquí hemos llegado. Fernando ha dado hoy su última clase de primaria. Y aunque no me faltan razones para estar satisfecho, me siento cansado y triste. Decepcionado. Lo escribo con la intención de materializar mi decepción en esa palabra, y de ese modo poder desterrarla más fácilmente. Confío en que mañana el día amanecerá de otra manera. Pero hoy es así, y quiero manifestar mi pesar de la mano de tu poema, porque no me apetece ser prudente. Yo no sería un hombre si no me sintiera hoy abrumado por lo que tiene todo el aspecto de un fracaso, si no me preguntase de qué han servido tantas horas sentados uno frente al otro y una libreta en medio, tratando de interesarle en la materia de turno. Me siento como un soldado que deambula sin rumbo por el campo de batalla firmada ya una paz tan desventajosa como necesaria. En días como éste, cuando uno rebasa el hito que marca el final de una larga etapa de la vida, es inevitable sentir una zozobra que tambalea la rutina, y lo cotidiano se muestra entonces descarnado, como quien cae en la cuenta de lo mucho que ha envejecido a la vista de una foto tomada hace algún tiempo. Algunas imágenes que dormían semisepultadas por la costumbre que nos embrutece vuelven a representarse en toda su dañina nitidez, y nos obligan a mirarlas de frente a pesar de nuestra repulsión.
Y sé que el tiempo no ha pasado en vano, que aunque este dolor inofensivo de ordinario nos alcance hoy al amparo de los acontecimientos, mañana volverá a ser cierto lo que ayer: que estamos afortunadamente encallecidos y que lo más sensato, si no lo único que está en mi mano, es seguir adelante. Levantarse, sacudirse, hacer de tripas corazón y aprovechar las oportunidades que la vida inevitablemente, tanto como los sinsabores y desgracias, tiene que brindarme y yo sabré aprovechar, no lo dudéis. Eso sí, a partir de mañana.
José Manuel, leyendo tu post (¿se dice así?) caigo en la cuenta de que realmente eres un "superviviente", no un "sobreviviente" como te sugerí tiempo atrás.
Por cierto, acabo de recabar una divisa de la que a lo mejor podemos hacer uso todos los que por aquí pasamos: "Si hoy pones freno al derrotismo, pospondrás la derrota que acecha desde mañana".
Has de saber, Pedro, que aquella atinada observación no cayó en saco roto, hasta el punto de que tiempo después, como a principios de este año, escribí lo que sigue:
A mí tampoco me gusta el título de mi libro, pero no tuve otro remedio: tenía que cumplir con su destino como a veces un padre tiene que cumplir con un pariente y adjudicarle un nombre vulgar a su hijo. Alguien observó que hubiera sido quizá más afortunado decir sobreviviente, sin renunciar por ello a la idea original, pero no es cierto. A pesar de que el diccionario de la Real Academia da por sinónimos a todos los efectos ambos términos, a mí se me hace claro que el superviviente es el que vive tras una circunstancia, y el sobreviviente el que vive en una circunstancia. El superviviente ha conservado la vida más allá de un suceso determinado, y siempre lo será en relación a aquello. El sobreviviente vive, pero lo hace cada día sobreponiéndose a un medio que le es incómodo y al que no se termina de adaptar. Un hecho puntual califica al superviviente; un modo de vida al sobreviviente. Ése mi primer libro contaba la supervivencia a la adolescencia y sus secuelas, que se extendieron a la cuarentena. Tal vez el otro título se acomode mejor a lo que habrá de ser ―ya va siendo― el segundo volumen. No en vano estos apuntes significan ―también― una galería de autorretratos de las edades de mi vida.
He de deciros que el anterior comentario lo escribí ayer, y hoy, tal como preveía, ya es otro día.
Me vais a perdonar pero ya conocéis mi debilidad por mi hermanico.
Cuando he leído tu observación, Pedro, no he podido estar más de acuerdo pero no por las razones que Jose aduce posteriormente sino porque entiendo superviviente, en su caso, como el que es mejor que el común de los vivientes.
Sé que no me va a perdonar fácilmente
estas palabras públicas pero yo, querido hermano, tampoco quiero ser prudente esta noche.
Muchas gracias, Sebas, por permitirnos tejer con tu hermoso poema este hermoso manto que nadie deshilará a la madrugada.
Buena noche, torreños (incluido Pedro, por supuesto)
Amigos: ese verano del 93 yo tenía 37 años y una hija de 3. Clara, mi mujer, llevaba meses encerrada preparando sus oposiciones.
Yo acababa de quedarme en paro, así que comencé a rellenar ese hueco revisando todo lo que había escrito hasta entonces. En pocos meses compuse mi primer libro, 'Un camino en el aire'.
Ser feliz no es fácil. Ser infeliz tampoco. Y tú sabes ser en la misma medida las dos cosas. Pero creo que todos te preferimos 'tocable', Carmen.
Pedro, si tu bautizo de mar fue en La Torre, entonces eres tan torreño como el que más. El poema se quedó fuera de mi primer libro por ser demasiado reciente, si bien en aquel momento lo habría desechado por carecer de símbolos aéreos.
Blanca, qué voy a decirte a ti, que a pesar de tus desdichas tanto nos ayudaste a Clara y a mí en aquella difícil encrucijada. Tu ayuda también fue crucial en la selección y corrección de muchos de los poemas. Y la tu hermano Fernando, que entonces era un adolescente. Nos recuerdo a los tres leyendo y comentando mis poemas a la orilla del mar, sobre la misma arena. Y hasta aquí hemos llegado.
Descuida, José Manuel. Tu imprudencia, además de legítima -tanto como tus compromisos y ambiciones- es prudente. Como a Pedro, a mí también me ha venido a la cabeza 'Diario de un superviviente'. Ahora, después de tanto esfuerzo, te ha dado un bajón; pero ese bajón no le resta un ápice a tu mérito, a tu valor, a los de Nanda y a los del propio Fernando. Superfelicidades a los tres y, EN SUMA, a todos los tuyos.
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