Después de algún tiempo (no hay término medio), he vuelto a sentir la tentación de escoger al azar una de mis carpetas y mirar en su interior. Escondido en un caos de manuscritos, recortes, dibujos y fotos ha aparecido, escrito con bolígrafo en el reverso de un pequeño recibo amarillento, este breve poema o apunte de poema sobre el que no guardaba memoria alguna. Mi hija tenía entonces cuatro años.
* * *
Hija:
siento tu soledad como algo mío.
Te veo jugar en campos de mi infancia.
El sol en tus mejillas,
el viento en tus oídos
y en tus ojos la luz
que abraza cuanto toca.
Las vidas se repiten
y siento en ti mi vida.
Cómo te quiero, hija,
y qué mal lo demuestro.
Es así de sencillo:
te dejo sola, como yo me siento.
[Campo de Mula, 12 de febrero de 1995.]
2 comentarios:
Dice el evangelio de Mateo: Ay de quien escandalizare a uno de estos pequeños!...
Desoyendo la crística advertencia, en algún momento, algo o alguien perverso y envidioso de su maravilla los escandaliza, los hace sentirse solos y a nosotros se nos veda la oportunidad de ir con ellos a
los campos de nuestra infancia. Arrebatarnos de la infancia no tiene perdón de dios.
Tú lo has dicho: envidiosos de su maravilla. La infancia es el paraíso. La envidia no les deja a algunos consentir que los niños disfruten aún de él.
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