'Nisse (gnome)', por Jean-Noël Lafargue [en Wikipedia].
[Este cuento es -no me atrevo a decir que el último, porque Sebastián es muy prolífico- uno de los más recientes escritos por mi hijo, que ahora tiene 13 años y estudia 2º de la ESO. Como siempre, lo he encontrado por casualidad entre los documentos de mi ordenador.]
* * *
EL GNOMO INCOMPRENDIDO
El hombre estaba cansado de la gente. Todo el mundo le menospreciaba, le reprochaba cada palabra que decía. Se sentían superiores frente a él, frente a su arte, frente a su incomprendida forma de pensar. Como si ellos fueran perfectos, como si lo hicieran todo bien, como si estuvieran más allá del pensamiento. Se fue de su lugar de trabajo y se dirigió a un parque cercano, a buscar la soledad, a comunicarse consigo mismo, ya que las demás personas no le tomaban en serio. Se sentó en el primer banco que vió, en un rinconcito guardado por la sombra. Meditó sólo pensando en lo bien que se sentía aislado de todo el mundo... Allí se sentía en paz y podía pensar libremente en lo que quería, sin que los demás le dijeran nada. Al mismo tiempo se preguntó a sí mismo si había alguien en el mundo que pudiera comprenderle...
De pronto oyó un fuerte ruido entre el siseo de la suave brisa. El ruido le hizo reaccionar de manera que se fué de sus pensamientos, girando la cabeza a todas partes en busca de la causa del estruendo. Pero no vió nada, con lo que se volvió a centrar en sus reflexiones. Retomó su meditación..., pero su calma cesó otra vez. Aquel ruido sonó de nuevo. El hombre buscó por todas partes con la vista y sin levantarse del asiento, pero tampoco vió nada raro. Nuevamente el ruido sonó, pero esta vez golpeó contra su pierna. "¡Eh, oiga!" -dijo una voz muy infantil- "¡Oiga! ¿tiene un trozo de pan?" El hombre bajó la cabeza y vió algo que le impresionó: un extraño hombrecito de, aproximadamente, veinticinco centímetros, estaba apoyándose en la parte baja de su fémur como quien se apoya en una pared. El pequeño ser tenía perilla y una cara verdusca de expresión tan antipática como cansada. Parecía estar desesperado por algo, aunque su caracter desprendía mucha fuerza. Volvió a preguntar lo mismo con un tono maleducado: "¡Usted, el idiota de la pierna grande! ¿Tiene o no tiene un trozo de pan?". El pequeño personajillo se hartó y se apartó de la pierna del hombre. "¿Acaso le parece estúpida mi pregunta?" -dijo, furioso- "¡Seguro que es usted como todas las personas!". El extraño ser recogió su vieja mochila y se marchó con resignación.
El hombre no salía de su asombro. ¿Quién y qué sería ese hombrecillo? Sin poder contenerse y sin saber por qué, se levantó del banco y dijo: "¡No te vayas!". Sentía mucho interés por el extraño ser y no puedo evitar reaccionar de inmediato. "¿Qué demonios quieres?" -dijo el diminuto personaje, con tono más que de enfado. El hombre estaba tan asombrado y se sentía tan extraño en ese momento, que se le quedó la mente en blanco de repente. Deseaba bombardear a preguntas a ese extraño ente, y estaba tan nervioso que ya no sabía qué decirle. "¡Buf...!" -dijo el excéntrico individuo- "¿Todos los seres del planeta sois iguales? Os creéis demasiado con vuestra mente perfecta, pero, ¿qué sois realmente? NO SOIS NADA". El hombre no sabía qué decir en ese momento. Estaba incomodando al personaje y tenía que hacer algo para calmarlo. "Oiga, perdone..." -dijo, confuso- "Yo no quería ofenderle..., no tengo ningún trozo de pan..., sólo es que nunca antes había visto a ningún hombre así, con su aspecto..., y quería preguntarle". El hombrecito se enojó aún más y más. "¡¿Cómo dice?! ¡¿Alguien con mi aspecto?! No, si encima es usted un clasista y un despectivo... ¿Y para esto ha servido la humanidad? En lugar de proponerse ser mínimamente perfectos de verdad, utilizan el cerebro para creer directamente en ello... ¡Así va el mundo, por vuestra culpa!"-dijo, y luego se fué refunfuñando. El hombre no se aguantó y quiso acompañarle. "Oiga...¡yo no soy de esas personas!" -dijo, mientras intentaba ir a su ritmo dando pequeños pasos- "Es más, yo también estoy bastante cansado de la gente ignorante y de su complejo de superioridad. Dígame, ¿de dónde viene usted?". "De Setósina" -dijo el hombrecillo, con un tono muy natural. Justo después intentó ir más rapido, pretendiendo alejarse del hombre y moviendo torpemente sus cortas piernas. "¿Setósina?... No me suena de nada" -le respondió él, sin ni siquiera percatarse de que le estaba huyendo - "¿Está lejos de aquí?". El personajillo puso cara de sorpresa. "¿Que si está lejos? Pues está donde hay setas, naturalmente. ¿Nunca has oído hablar de nosotros, los gnomos?". El hombre no pudo evitar reírse un poco. "¿Gnomos?" -se rió aún más- "Eso son historias infantiles." El pequeño personaje no salía de su asombro. "¡¿COMO?!" -gritó éste, más furioso que nunca- "¡Usted no se burle de mí! En el fondo todos los humanos son unos maleducados...¡A veces me pregunto si hay alguien que comprenda mis lamentos, y no me tome como un viejo cascarrabias!".
El hombre comenzó, de repente, a identificarse con el supuesto gnomo. Creyó que había encontrado a su verdadera alma gemela, alguien con el que compartir sus pensamientos. Pero todavía tenía que convencer al ser de que era una persona comprensiva. "¿Y cómo es que estás aquí, con esa mochila y no estás en tus tierras?" -le preguntó por curiosidad. El pequeño gnomo hizo al principio como que no le escuchaba, pasando del tema. Pero segundos después se dignó a contestar. "Me fuí porque quería estar solo" -respondió con tono desesperado. El hombre entendía perfectamente al personaje, y comenzó a darse cuenta. "Quizás la gente te menosprecie, ¿no es así?" -le dijo- "No comprenden tu forma de pensar y por eso se creen superiores ante ti, ¿no es cierto?". El hombrecito notó bastante comprensividad. "¡Así es! Es exactamente lo que siento" -dijo- "Vaya...parece que al fin y al cabo, sabes reconocer una realidad.... algo que me causa impresión, tratándose de una persona." El gnomo parecía ir haciendo buenas migas, pero aún filosofaba refunfuñante. "Nadie en el mundo aguantaba mis ideas"-continuó diciéndole- "Las veían estúpidas. No me dejaban expresarme, porque al fin y al cabo, ¿qué les iba a dar yo? La gente necesita cosas que no se encuentran en mis palabras, ni en mi arte. Pero esas cosas que necesitan, ¿qué les dan? En el fondo tampoco les dan nada. Sólo hacen de la persona la artificialidad". Después de hablar el gnomo, el hombre se percató de lo sabias que eran sus palabras. No tenía duda de que había encontrado la otra cara de su libro, la otra mitad de su mandarina, algo que las demás personas no podían tener: Su más única alma gemela. "¿Y los demás gnomos también te trataban así?" -le preguntó el hombre. El gnomo le miró y soltó un supiro. "Sí" -dijo- "Todo el mundo, mi mujer, mis hijos y los vecinos de Setósina, mi tierra. Nadie me soportaba..., pero ahora que les pudran. No quiero volver a saber nada de ellos, nunca más. No pienso volver ya a mi seta."
El hombre y el gnomo salieron del parque. Ya no existían las mentes incomprendidas, ni el oscuro banco. Ahora estaba la amistad.
Sebastián Mondéjar Jover
23 de octubre de 2009
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5 comentarios:
Me ha encantado...Díselo de mi parte a Sebastián. Toda una reflexión sobre la verdadera amistad y muy bien escrito.
Yo también me he sentido un "gnomo incomprendido" en diversas ocasiones en mi vida. Y, al igual que tu hijo, escribirlo fué una maravillosa manera de expresar mi mismidad. "El que canta su mal espanta"... y el que escribe, pinta, compone...etc. Es una de las múltiples facetas del arte.
Besos repartidos a los dos
Virginia
Muchas gracias, Virginia. Qué bien lo has captado. Le transmitiré a mi hijo tus palabras. La verdad es que colgué el cuento sin su permiso, y el otro día, al enterarse por una compañera de clase (nunca imaginé que a una niña de doce o trece años se le ocurriera entrar en mi blog), me pidió que lo quitara. Aunque, de momento, no ha vuelto a insistirme.
Ya veremos qué pasa. Espero que tu comentario le levante el ánimo.
Un abrazo.
Pero bueno, este chaval, escribe, dibuja...debe de ser genético. ¿También salió músico?
Va por buen camino.
Pues sí, María, algo de genético ha de haber... Yo nunca le he empujado a nada ni le he mostrado camino alguno. Pero, como es lógico, me reconozco en él. La música se le da bien, pero no la necesita tanto (de momento). Este curso se ha apuntado a un taller de teatro y está también muy ilusionado.
Qué bonito cuento. Me encanta el remate, tan sencillo: "Ahora estaba la amistad". Esta claro que es escritor, un pequeño escritor en ciernes. Enhorabuena, Sebastián. Continúa la saga, como los Dumas.
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