martes, 1 de diciembre de 2009

¡Señor, qué cruz!


Y dale..., y venga a darle vueltas al tema de los crucifijos en las escuelas... ¡Señor, qué cruz! Como si no estuviera ya claro lo que tendríamos que hacer con ellos. A mí se me ocurren (dentro, creo, del grado más elemental del sentido común) múltiples razones a favor de que los crucifijos desaparezcan de una vez por todas de los colegios públicos, pero me limitaré a dar una que considero por sí sola más que suficiente: porque pueden herir (y, de hecho, hieren) la sensibilidad de nuestros hijos. ¿Acaso no es consciente la Iglesia del daño psicológico, del impacto emocional que la imagen diaria de un hombre desnudo y torturado puede causarle a un niño o a una niña de tres, de cinco, siete, diez o doce años, y de las consecuencias que ello puede acarrearle en el futuro? Yo sí lo soy, porque he sido niño y he vivido ese infierno. Afortunadamente supe salir de él, ¡aunque me costó lo mío! ¿Pero quién o qué puede compensarme por todos aquellos momentos de dolor y confusión? En realidad, qué diantres, los crucifijos no sólo deberían desaparecer de los colegios, sino de absolutamente todos los espacios y organismos públicos: jardines, calles, plazas, ayuntamientos, juzgados, hospitales, cuarteles o comisarías. Si la Iglesia y sus adeptos quieren muerte, represión, tortura, sangre, violencia o sadomasoquismo, que los exhiban en sus recintos, en sus templos -que no son pocos- o en sus casas, pero de puertas para adentro, y a los demás que nos dejen ya tranquilos de una vez; que dejen de imponernos sus ritos (¿hay algo más gore que una procesión de Semana Santa?), sus cánticos, sus rezos, sus ruidos, sus campanazos, sus exhibicionismos; que dejen de metérnoslos por los ojos y por los oídos como si los espacios públicos -e incluso los nuestros más recónditos y privados- fuesen de su propiedad. Y es que la Iglesia nos exige mucho a los demás (dicta e impone sus normas tanto a sus fieles como a sus infieles), pero muy poco a sí misma. En realidad sólo quiere ovejas sumisas bajo su jerarquía ultra militar. En lo más hondo no busca nuestra salvación, sino la suya. La Iglesia despotrica y abomina diariamente del aborto, de la homosexualidad, de los matrimonios gays..., pero nunca habla del machismo, de la violencia de género, de los derechos de la mujer o, sin ir más lejos, de la erradicación de la pobreza (porque sin ella no gozaría de su poder ni de su inconmensurable patrimonio). Sí. Qué interés ha mantenido siempre la Iglesia por promocionar el dolor, la sangre, la muerte, el sacrificio... ¿Para justificarlos, tal vez? ¿Para justificarse por las veces que ella misma los ha infligido? "No os quejéis", parece querer decirnos incesantemente, "porque Jesucristo sufrió mucho más que vosotros". La Iglesia comercia con la muerte. ¡Qué negocio, la muerte! Bien pudo -pero no quiso, o no le interesó- presidir sus templos con una imagen más feliz del nazareno. ¿Qué habría hecho si a Jesús, en vez de crucificarlo, lo hubiesen empalado, desollado, abierto en canal o descuartizado en pedacitos? Visto lo visto (y leído lo leído, y oído lo escuchado), no me cabe, por desgracia, duda alguna... La Iglesia, pues, promueve, impone el sufrimiento. Se empeña en recordarnos todos los días del año y todas sus horas con todos sus minutos lo mucho que padeció Jesús; y, con la excusa de su divinidad (¡así cualquiera!, podríamos argüir), nos lo muestra como a un hombre... ojo, ciertamente atractivo y bien proporcionado..., constantemente desnudo, humillado, torturado, crucificado..., ¡y chorreando sangre por todos los poros de su piel! ¡Qué espectáculo! Así que, entre otras cosas, a la Iglesia deberíamos exigirle discreción, pudor, consideración; y un mínimo de humildad y de presteza para reconocer y asumir sus errores. Resumiendo: "examen de conciencia"; y que deje en paz la nuestra. Y cada vez que exhibe sus martirios, sus apocalipsis, sus infiernos y sus crucifijos en lugares públicos, nosotros, como buenos ciudadanos, responsable y respetuosamente deberíamos advertirle: "¡Cuidado, que hay niños delante!".
[NOTA: la ilustración es un boceto mío de 1985 que en su día titulé "Pelea de nazarenos".]

8 comentarios:

carmen dijo...

Pues en en el pecado llevan la penitencia. Cada vez están más solos, el rebaño se rebela, el Buen Pastor no da de sí para tanta oveja negra. Sin embargo hay un Nazareno que disfrutaba bebiendo vino con las putas, los publicanos, los que no respetaban el sábado y demás pecadores, a ése, la Iglesia lo oculta, no resulta tan edificante ni mucho menos, amenazador.
Querido Sebastián: ¿la cruz un asunto privado? Berlusconi y sus secuaces de la Liga Norte proponen que el crucifijo forme parte de la bandera italiana.

¿Quién me presta una escalera
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?

Pedro López Martínez dijo...

Sebas, voto a Dios que nunca te leí tan vehemente en el diagnóstico y tan sublime en el análisis. ¡Se lo merecen! La tradicional cohorte de apostólico-romanos encaramada en La Verdad Única Y Verdadera -Que No Es Otra Que La Suya- se ha ganado a pulso este alegato de sensatez... democrática. Quien quiera ver y velar crucifijos y/o virgencitas lacrimosas, que lo haga en la intimidad del hogar o en la tragicomedia sacramental de la misa. A mí -secuelas de aquellas escuelas- todavía me asusta asomarme a un dormitorio de conyugales hechuras y atisbar sobre la cabecera ese insulto a la dignidad del descanso y esa advertencia perpetua que ha de regir, sin duda, las castísimas acometidas de la carne. Yo reservaría los crucifijos para las películas de dráculas y demás vampiros, que ahí sí que molan. Vade retro!

Sebastián Mondéjar dijo...

Sí, Carmen, comparto cuanto dices; pero esa imagen de Jesús también es una moneda de dos caras. ¿Pecado y penitencia? La pescadilla que se muerde la cola. La Iglesia se alimenta de ambas cosas: son su razón de ser. Está todo previsto. La religión católica es una bicoca. Los pecados, sencillamente, se perdonan. Sí: Jesús iba con putas, pecadores y ladrones. Hé ahí la excusa. Por eso Berlusconi hace lo mismo.

Y no creas..., el rebaño se rebela, sí, pero de una forma generalmente interesada. A la hora de la verdad, ¿dónde están las ovejas negras?

* * *

Gracias, Pedro, por verlo y sentirlo así. Verdaderamente no soy propenso, fuera de mi ámbito más íntimo, a mostrarme tan vehemente en este tipo de cuestiones. Yo siempre digo que siento un respetuoso desprecio por la Iglesia. Pero es precisamente su falta permanente de respeto hacia mi forma de pensar y de sentir lo que más me indigna.

¿Vampiros? ¡Muy lúcida asociación!

* * *

Volviendo a los pecados y a las paradojas, Pedro, Carmen, por lo visto para la Iglesia nuestro mayor pecado es no pecar...

¡Eso sí que es imperdonable!

Isabel Martínez Llorente dijo...

No viene muy al caso pero anoche, reflexionando un poco sobre tus palabras que van directas hacia el centro de la diana con la precisión de la flecha lanzada por un hábil arquero,palabras que suscribo de la primera a la última, recordé un refrán que mi madre siempre dice... y no me resisto a enviártelo porque de cruces habla. La imagen de la cruz asociada siempre al sufrimiento. ¿Por qué siempre nos martirizan con el miedo a lo que viene después? ¿Por qué siempre hablan de infiernos,caídas, abismos y culpas? No, y mil veces no.

Y el refrán es "No hay altar sin cruz". ¿Será verdad?

Sebastián Mondéjar dijo...

Gracias por tus palabras y tu adhesión, Isabel. El refrán de tu madre (yo lo conocía así: "Cada altar tiene su cruz") está muy bien traído, siempre y cuando nos muestra "la otra cara" del asunto, y engarza muy bien con otros que también lo hacen: "Trás la cruz está el diablo", "La cruz en el pecho y el diablo en el hecho". Así que ¡mucho ojo con ponerle altares a las cosas!

Gracias de nuevo y un fuerte abrazo.

Virginova dijo...

Así se habla Sebas...!!! Me he visto reflejada totalmente en tu crítica reflexiva e inflexible, como no puede ser de otra manera con los que imponen sus ritos y más cuando tienen ese caracter masoquista. Todo el tema de la cruz es una apología de la culpabilidad: hacernos sentir culpables a todos y desde niños, por algo mitológico e incomprensible. Crearnos un trauma de por vida. En fin, yo, a mis pocos amigos creyentes, siempre les digo que cuando cambien las imágenes de crucifixión por esculturas de resurrección con un cristo sonriente, feliz, con los brazos extendidos a lo nuevo y transmitiendo alegría de vivir; cuando en las procesiones saquen al Jesús que se acercaba a los niños y proclamaba la inocencia, entonces que me avisen. No por ello voy a convertirme, no lo necesito, pero todo aquello que transmita buenos valores es bienvenido. Mientras, se merecen nuestra repulsa total.

Un abrazo

Virginia

Sebastián Mondéjar dijo...

Tú sí que hablas bien, Virginia. Y, en la parte que os toca a las mujeres (desde que Eva fue tentada por la serpiente), ese trauma, esa culpa, esas carencias, son aún mayores. ¿Qué imagen tiene la Iglesia de vosotras? ¿Qué imagen puede tener de la mujer quien hace de la virginidad de María un dogma de fe y una virtud? O sea, como me decía el otro día nuestra amiga Carmen: que Jesús, que vivió y murió como un hombre, ¿no pudo nacer como tal? Fíjate, hasta decimos "perder la virginidad", como si se tratara de una pérdida. ¿Hay algo que haga más mujer a una mujer? Cuando un hombre pierde la virginidad se le dice: "¡Ya eres un hombre!".

En fin..., aquí hay tema para rato. Nosotros a lo nuestro, pero sin dejar de estar alerta cada vez que nos topemos con la Iglesia.

Un abrazo.

Blanca Andreu dijo...

Una vez me leí los cuatro evangelios seguidos y descubrí muchas cosas. En primer lugar, que hay tres "últimas frases" en la cruz, a elegir.

Lo cierto es que me enamoré intensamente de él ( me duró más de un año el subidón ) no sólo por su aspecto de Gran Chamán, sino por todo lo oculto en la evidencia. El aspecto literario es impresionante, por cierto. Todo el mundo-como analizó Borges-usa frases suyas sin saberlo. Por no hablar de la compleja estructura paradoxal de su pensamiento, que han edulcorado hasta lo ridículo.

La primera aberración de la Iglesia Católica es que es paulina y no cristiana, pues si mal no recuerdo Jesús era un rabino que explicaba la ley mosaica, y por tanto monoteísta puro, como buen judío. En su religión está prohibido adorar imágenes y asociar a Dios con nada. Por cierto, a Yahvéh él le llamaba Elí en la intimidad, en arameo.

La segunda, el jaleo que se traen con la virgen como "intermediaria", y eso que de cuando en cuando se ven obligados a leer un capitulito muy breve de Lucas titulado "La dicha completa", donde pone el asunto del parentesco en su sitio y les da un corte de pronóstico reservado.

Esa es otra: era un radical que no andaba templando gaitas.

Luego-y aquí vamos al asunto-el disparate de "amar la cruz" que él "eligió", cuando también el texto deja claro que le parecía un mal rollo descomunal y que si hubiera sido posible no se habría comido el marrón. Que la aceptara y se sometiera no la convierte en deseable. Es más que aberrante: es una locura total.

Me lo imagino en el Valle de Josafat diciendo:
-¿Y vosotros, pedazo de tarados, por qué adorabais mi odioso patíbulo?

Es como si a la familia de María Antonieta le diera por llevar una guillotinita colgada al cuello. En fin.

Parece que cuando un profeta llega a un pueblo lo primero que hace dicho pueblo es traicionarlo.

Yo me lo imagino como un Vicente Ferrer elevado a la enésima potencia, pues está claro que era un enemigo del dolor y que odiaba a los que se aferran a la letra de las leyes y a las prácticas rituales para enmascarar los atentados contra el espíritu. "Sepulcros blanqueados", llamó a los hipócritas. Menuda metáfora.

Antonio Gómez Ribelles: 'Las lagartijas guardan los teatros' (La Estética del Fracaso, Cartagena, 2021)

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