LO QUE QUEDA DE TODO
Una vez retomado este camino, no puedo dejar pasar por más tiempo la ocasión de hablar de otro de los libros que más me han acompañado durante estos últimos meses: Hasta que nada quede (Poesía reunida 1978-2019) Vol. I - Obra publicada, del poeta y periodista José Antonio Martínez Muñoz.
Sólo hay que sostener este libro de libros entre las manos y hojearlo unos instantes para imaginar el reto y el esfuerzo que ha debido suponer para el poeta y los editores conseguir sacarlo a flote, sobre todo por la abundancia, el tratamiento y la inusual disposición de determinados signos gráficos y espacios intercalados, que forman, tanto como las palabras, parte esencial de la escritura de José Antonio.
Libro de libros, sí; todo lo publicado hasta el momento por el poeta (nec aliquid retinendum, moanin' (some blues), nocturno para saxo, silva de alba maleva, uno, la lluvia en el cristal, nada, nadie y el viento de la Gehena) más dos libros inéditos (fragmenta y oscurana). En un principio eché de menos médanos (Emboscall Editorial, Vic, Barcelona, 2001), una pequeña joya minimalista que formó parte de la colección Ciclos, dirigida por Carlos Vitale; pero enseguida deduje que, al tratarse de una edición no venal, la veremos incluida entre el material inédito del segundo volumen de Hasta que nada quede.
Yo, como es natural por la vieja amistad que nos une, excepto los inéditos fragmenta y oscurana, he venido conociéndolos todos ellos a lo largo de los años conforme fueron naciendo en editoriales muy diversas, y hoy ocupan un lugar preferente en mis estanterías. Pero, la verdad, poder tenerlos ahora todos en la mano formando un mazo indivisible; poder acceder a toda su obra publicada, revisada y ordenada de una sola vez, me produce un gustazo infinito.
El poeta León Molina en su prólogo impagable (nadie podría haber escrito una semblanza más profunda y cabalmente ajustada al poeta y a su obra, al hombre y al amigo) y, posteriormente, magníficos poetas como Carlos Alcorta y Pilar Blanco, entre otros, han dado ya buena cuenta del body & soul de este voluminoso primer volumen; de los territorios surcados en cada uno de los libros que lo conforman; de los escritores y poetas que más le han marcado y acompañado en su camino; de “los equilibrios de intertextualidad”, por tanto (León dixit), que lo pueblan; de la presencia constante de la música, el amor, el desamor, la soledad, la nada, la desposesión, el silencio, la muerte... Yo, aunque también se ha nombrado (y siempre que hablamos con o de José Antonio la tenemos presente), quiero incidir en una de sus principales señas de identidad: su humor sempiterno, lúcido y proverbial; su inagotable ingenio repentista aflorando siempre al quite del peso de todo lo anterior, unas veces de modo más festivo y socarrón, otras más descreído y amargo; pero nunca dañino, siempre sutil, irónico y oportuno. Y confieso ahora que, gustándome y admirando todo lo que ha publicado, siento una predilección especial, casi juvenil, por moanin' (some blues); y no sólo por el tema y por la forma: sin duda influye el hecho de que, hace veinte años, compuse e interpreté en directo, acompañándome de un pequeño shaker y una armónica, un blues para el poema so long, so lone blues con motivo de la presentación de médanos en el café-bar El Albero:
(aúlla el viento) qué largo este camino
mis pies ya no entienden a mi cabeza
tanto tiempo (vuelan papeles a mi lado)
tan largo (mi sombra se aleja)
la noche ha sido larga y fría
el saxo ronca como un gato enfermo
un blues tras otro y otro todavía
al alba sale un tren al infierno
También porque Moanin' es el título de una composición del pianista Bobby Timmons que dio nombre a un mítico álbum del baterista Art Blakey y sus Jazz Messengers en 1959 y, a su vez, el de uno de mis temas predilectos de Charles Mingus, incluido en su álbum Blues and Roots y compuesto más o menos por aquellas mismas fechas. Aconsejo encarecidamente la escucha de ambos como complemento de la lectura de los nueve blues que componen este conjunto, publicado en su día como una plaquette monográfica de la revista Octubre, dirigida por Jesús Bellón.
Y, como escribo desde mi camino y me siento cómodo hablando del amigo, voy a permitirme compartir unos pocos recuerdos íntimos.
José Antonio y yo nos conocimos, Rimbaud mediante, a principios del verano de 1974 en Lo Pagán, concretamente en el balneario Villa Teresa de la playa de Villananitos. Él tenía aún catorce años y yo dieciocho, aunque más bien parecía lo contrario (doy fe de que a esa edad era ya el hombrepalabradivulgador con perspectiva histórica al que se refiere León Molina en su semblanza). La empatía mutua prendió desde el primer momento y nos hicimos colegas inseparables (“socios”) durante dos largos veranos. Aprendí mucho con él, con millones de risas de por medio. Me descubrió el mojito cubano, meticulosamente preparado por él mismo, ya en nuestra primera noche de plática en el patio de su casa, mientras su familia dormía. Una de sus aficiones, tan importante como la música y la literatura, era la aeronáutica. Se gastaba un pastón en maquetería y pinturas para construir y coleccionar todo tipo de aviones, y cada vez que un avión atravesaba el espacio aéreo de Lo Pagán, José Antonio nombraba en voz alta el modelo y el año de fabricación. Conocía los aviones incluso sin mirarlos, por el sonido de sus motores, como un can reconoce los ruidos del coche de su dueño. Tuve el privilegio, también he de decirlo, de ser uno de los primeros en leer sus primeras incursiones en la poesía, esos poemas que muy probablemente ya ni existan o difícilmente vayan a ser publicados alguna vez.
Todo esto ocurría, como digo, en Lo Pagán. El resto del año, en Murcia, él tenía su círculo de amigos y yo el mío, aunque con el tiempo también fueron entrelazándose. Pocos años después, José Antonio marchó a Madrid a estudiar periodismo, hospedándose en un colegio mayor conocido popularmente, según me rectifica ahora él mismo —porque en mi memoria estaba convencido de que se trataba del San Juan Evangelista, y así lo tenía escrito—, como El Negro por el color de su fachada (lo que no deja de ser curioso y oportuno, teniendo en cuenta que era el colegio vecino al templo del jazz mundial), a donde fui a visitarlo alguna vez. Entre medias, hice la mili, también en Madrid. Pero esa es otra novela.
He sido, pues, testigo en primera línea de su evolución como poeta y de los sucesivos cambios de registro que, sin dejar de ser nunca él mismo, ha venido incorporando en cada uno de sus alumbramientos. La obra de José Antonio es un multiorganismo formado por embriones en permanente estado de gastrulación, por el que cada capa crea y absorbe otras capas hacia dentro que lo ensanchan también hacia fuera. He sido, igualmente, testigo de sus metamorfosis físicas: ora con barba, ora sin barba, más o menos hippie, más o menos rockero, más delgado, más obeso, con melena, con perilla, con tupé... Todos sus looks los ha ido incorporando y digiriendo con absoluta naturalidad y siguen presentes en él; y, cómo no, están implícitos en su obra; una obra poliédrica, multiforme y, ya desde sus inicios, plenamente diferenciada de las del resto de poetas murcianos de todas las generaciones.
Porque José Antonio constituye un verso concienzudamente suelto (libre), y no sólo en nuestra región. Fiel siempre a su instinto, inmerso en su soledad acompañante y envuelto en el humo de sus Habanos, José Antonio se ha hecho a sí mismo y, a su vez, nos ha ayudado a hacernos a nosotros. Una vez ante él, nadie se va de rositas. Es un referente, una autoridad y un auténtico chamán en nuestra tribu. Basta oírlo recitar, presentar un libro, entrevistar a un autor o hablar de cualquier cosa para advertir, lo conozcamos o no, una voz (una música) sin parangón posible; una voz que escucha (porque se escucha a sí misma), interpreta y hace propias las voces que le llegan (que le tocan), no para apropiarse de ellas, valga la paradoja, sino para incorporarlas a la suya, rendirles su tributo y compartir su gratitud. Es un voraz lector (receptor) y un veraz intérprete (transmisor) de cuanto le rodea; su obra es, por ello, un coro de voces clásicas (algunas ya casi perdidas) y contemporáneas (algunas ya casi ignoradas), en el que caben muchas músicas y lenguas. Y aunque a veces se desmarca abiertamente de determinadas escolásticas y corrientes más mediática y editorialmente impulsadas, las conoce al dedillo y las respeta.
Sólo un par de apuntes más, para terminar de perfilar ya no al amigo, sino al poeta.
Por un lado, abundar un poco en un aspecto de su obra del que, creo, aún no se ha hablado mucho: su querencia al teatro, género al que José Antonio nunca ha dejado de hacer guiños (y al que, por otra parte, la poesía universal siempre ha estado ligada); desde el teatro clásico (Aristófanes, Eurípides, Sófocles, Esquilo), pasando por Shakespeare y nuestro Siglo de Oro, hasta el teatro de vanguardia (Alfred Jarry, Artaud, Ionesco, Beckett). Incluso alguna vez hemos trabajado o colaborado juntos en ese ámbito. Baste mencionar su adaptación de El Cíclope de Eurípides para la Escuela Superior de Arte Dramático de Murcia en 1988, en la que participé como actor y como músico y que tuvo un excelente eco en la crítica regional y nacional. Fue dirigida por Vicente Cifuentes y su estreno en el Teatro Romea, en octubre de aquel año, fue un auténtico bombazo.
Sí, el espíritu del teatro está también muy presente en la obra poética de José Antonio. Unas veces, de modo más o menos velado; otras, a degüello, ateniéndose a todos los cánones, como en su poema escénico dramatis personae, incluido en oscurana (una pequeña maravilla más entre las muchas de este libro).
Por otro lado, quería redundar brevemente en su labor, más allá de los veinte años conduciendo su programa radiofónico Las personas del verbo, como divulgador, catalizador, dinamizador de todo lo que se cuece dentro y fuera de nuestras fronteras; en su inquebrantable compromiso como activista cultural. Ha organizado incontables ciclos y recitales, ha presentado mil actos literarios y ha sido invitado a otros mil; y, en los mil que no, ha hecho acto de presencia la mayoría de las veces. Todos hemos pasado por sus manos, su micrófono y su voz, que a su vez han sido el puente por el que hemos accedido a otros muchos poetas y narradores.
No, no concibo, no quiero ni imaginar, en el ámbito cultural y literario de la época que me ha tocado vivir, una Murcia sin José Antonio. He tenido la suerte de ser su “socio" y su hermano, de momento, durante los últimos cuarenta y seis años. Y sin altibajos. Pero, dejando a un lado nuestra amistad, he de decir que, de no haber ésta existido o de haber sido distinta, mi opinión como lector sobre el poeta y su obra sería exactamente la misma.
Vaya, pues, mi enhorabuena y mi gratitud a todos los que han hecho, están haciendo posible Hasta que nada quede. Para mí es una de las empresas literarias y editoriales más importantes de los últimos años, no sólo en nuestra región (donde por múltiples y bien fundadas razones lo es sobremanera), sino en toda la geografía nacional.
Comparto, para finalizar, una instantánea de la presentación de su primer volumen, el 17 de octubre de 2019 en la Librería Colette Letras y Tragos de Murcia, en la que José Antonio lee y León Molina escucha:
¡Y aún nos queda un segundo volumen...! ¡Casi nada, socio!
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